Le Pezet
Genealogía

D. Jose Pezet y Monel

Dr.D. Jose Pezet y Monel, Literato. Periodista. Medico. Catedrático de Anatomía en la Real Universidad de San Marcos junto al Dr. Hipólito Unanue. Alcalde examinador supernumerario del Real Tribunal del Protomedicato de Lima. Censor y Revisor de la Junta económica del Colegio San Fernando. Fue uno de los fundadores del Real Colegio de Medicina y Cirugia de San Fernando. Director de  "La Gaceta de Gobierno". Director de "El Peruano Liberal". Escritor y encargado de las correspondencias de los suscriptores de "El Verdadero Peruano".Escritor de "La Gaceta del Gobierno de Lima", sobre literatura, politica,medicina, higiene, etc.
Fue bautizado en 29 de noviembre de 1775 de un año y siete meses de nacido, fue su padrino el III Marques de Salinas Don Manuel Antonio Ubaldo Fernandez de Paredes y Echarri, secretario mayor de la Gobernacion del Perú.

 


Acta de Bautismo

"En la ciudad de los reyes en veinte y nueve de noviembre de 1775, yo el Lic. Don Pedro Ruiz con licencia Parroqui, exorcice, puse oleo y crisma a Josef de edad de año y siete meses , a quien en caso de necesidad bautize el Lic Francisco Dueñas, hijo legitimo de Antonio Pezet y de Maria Josefa Monel, fue su padrino el Marques de Salinas, testigos Don Sebastian Pobeda y Juan Josef Monel."

Rubrica Don Pedro Ruiz

Se escribió para mi 4to.abuelo Dr. D. Josef Pezet y Monel, en la Galería Universitaria, p.75. Anales Universitarios del Perú, Volumen III, Lima, Año 1869.
 
Resumen:
Aludimos al Dr. José Pezet, hombre entre sus contemporáneos de talla esbelta y colosal, por su saber profundos, por su ardiente patriotismo y por la belleza de su carácter. El Doctor Pezet fue uno de aquellos profesores distinguidos y profundos, que muy eficazmente contribuyo al mejoramiento de la medicina en aquellos tiempos en que la ciencia todavía no había hecho ni los progresos, ni los triunfos, que con posterioridad, ha conquistado Lima, en las naciones sudamericanas tiene el raro, el inapreciable privilegio de haber realizado, durante el coloniaje y después de su independencia, revoluciones de alta significación en los conocimientos naturales y en los principios médicos Unanue, Pezet, Tafur, y algún otro varón cuyo nombre no recordamos al momento plantificaron casi sin recursos un colegio de la facultad modelado por los de España, del cual habían de salir, al andar de los años, hombres como Heredia, como Ríos, como Bravo, y otros más en las regiones oficiales, habían de labrarse una reputación inextinguible por sus talentos, por su caridad, y tanto profesional por su patriotismo y liberal adhesión a las doctrinas democráticas. Hoy, con datos que hemos recogido, con la lectura de algunos de sus escritos, y en estado de apreciar sus prendas personales y sus variados conocimientos, podemos recordar las emociones que sentimos en los primeros días de la vida, cada vez que teníamos la fortuna de escuchar la voz deliciosa y autorizada de Pezet. La política que ha sido durante mucho tiempo, la ocupación de muchos hombres eminentes, llamó también, como era natural, la atención del ilustre personaje que someramente pensó en llamar un congreso que, representando las necesidades genuinas de la República, la constituyese definitivamente y le diese la forma de gobierno más conforme con los principios de la ciencia constitucional, más que armonía con los intereses nacionales, que las precarias instituciones adoptadas por un gobierno provisional y más adecuada a satisfacer las premiosas exigencias de una civilización, desde luego muy desarrollada y extendida. El Dr. Jose  Pezet, fue uno de los escogidos para esa Asamblea que, como hemos tenido la fortuna de decir en otra parte, es uno de los cuerpos más inolvidables recuerdos nos ha dejado de nuestra gran revolución.No, es pues extraño que no se sepa dentro y fuera del país lo que ha sido esa Asamblea, que no conozcan a los distinguidos oradores que la compusieron, que ignoren el alto misterio que, en ese entonces, ejercieron en la elaboración del sistema representativo los representantes ilustres que los pueblos se dieron cuando las prácticas eleccionarias no estaban difundidas. Un célebre escritor español, hablando de la reputación de Francia, como nación ilustrada, dice, con sobrado fundamento, que la cuestión de esa nombradía débase a que allí, en ese país de sobresalientes dotes, abundando las historias de todas épocas, las colecciones de discursos, los trabajos biográficos y viviendo los franceses más de su pasado que de su presente, no caen nunca en el olvido, ni sus hombres ilustres,  ni sus hechos gloriosos. Esta máxima  debíamos tenerla muy presente para no abandonar, como se encuentra por desgracia, los estudios de la historia nacional, fecunda en acontecimientos de todo linaje, pero dignos, en su mayor parte, de admiración y de alabanza. Los legisladores de 1822 sobre los que ha recaído tan amargas como apasionadas censuras, no han sido examinados a la luz de una crítica imparcial. El Perú acababa de salir de una dominación oprobiosa y prolongada, palpitantes todavía los hábitos y las preocupaciones coloniales, y no podía de improviso adoptar aquellas leyes, para los cuales no estaba, como las posesiones inglesas, convenientemente preparado. A pesar de esas resistencias naturales, de esos embarazos, nacidos del estado mismo de las cosas, los principios deslumbradores de la democracia, el ejemplo de otros pueblos contemporáneamente constituidos y la tendencia del hombre a recobrar derechos sojuzgados o perdidos, decidió el congreso a la plantificación de ciertas teorías avanzadas, que hasta ahora ni se radican ni se aclimatan por entero. Alternó Pezet con los prohombres de la revolución, terció con ellos en las discusiones de más importancia y gravedad y contribuyó, con empeño laudable, no sólo al logro de la emancipación sino a la idea de fundar la república, bajo los auspicios de la democracia. Desde el principio del gobierno independiente notose la existencia de partidos, que aunque en desacuerdo sobre los medios, caminaban hacía el mismo fin político que se propusiera al iniciar la insurrección. De esta uniformidad de miras y de sentimientos provino la facilidad con que se constituyó el país y se formularon para él los sistemas más complicados de la administración social. Algunas exageraciones en los principios se llevaron al terreno de la práctica, impulsado por el ejemplo de otros países error que dura todavía, y al cual, en mucha parte, debemos los vaivenes y las vicisitudes que hemos ido atravesando. Pezet, que gastó una gran porción de su laboriosa vida y de sus recursos para realizar la Independencia del Perú, que le consagró, sin reservas, las luces de que estaba dotado, que combatió en el palenque a cuerpo desnudo para llevar a término la revolución americana, no podía convertirse en prosélito del realismo, herido mortalmente a pesar de sus efímeros triunfos y de sus transitorias ventajas, Rodil, unos de los tenientes más pertinaces de la España, en estas tierras encorvadas con el peso de su despotismo sistemático y absurdo, derramó raudales de purísima sangre en el Callao, cuando los destinos del continente estaban definidos, y ya que a nuestro amigo y compatriota Pezet no lo consideró a propósito para decretarle los terribles honores del cadalso, lo eligió para darle otro género de martirio, que prolongase su agonía y le hiciera saborear, a tragos muy amargos, una muerte cruel, excogitada para vengarse de sus afanes y de sus hechos en servicio de la Independencia. Catedrático de este Claustro, donde dio tan fructuosas lecciones en su noble profesión, conocedor como pocos de todos los ramos de la literatura antigua, de los que hizo tan útiles aplicaciones, su voz fue siempre escuchada con respeto y sus escritos leídos y buscados con ávido interés. Antiguas obras de sobresaliente, mérito que han llegado a adquirir una fama universal, lo tuvieron por colaborador infatigable. Conocense sus producciones, a más de la pureza del lenguaje por el gusto de la dicción, por la elegancia de la forma y por ese tinte, muy pronunciado de originalidad y de belleza que caracteriza al clasicismo español del Siglo XVI. 

 

 
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